Juan Pasquau, contando con la edad
de 52 años, aprueba la oposición de Director de Primaria, para el colegio
Nacional “General Franco” (Grupo Escolar del Cristo del Gallo y de la
Explanada), este colegio nace en 1927 con su primer edificio en el Pabellón
Central por el que han pasado muchas generaciones de alumnos formados por
insignes maestros –y administrativamente el uno de septiembre de 1970 pues
comenzó una nueva etapa el actual Colegio “Sebastián de Córdoba”, conocido
popularmente por el Colegio de “La Explanada”.
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No se
puede hablar por tanto de un Colegio de una nueva creación pero sí se puede
decir que a partir del curso 1970 –71 el grupo escolar “La Explanada”
empieza una nueva andadura, no sólo por
los cambios que ha ido notando en
función de las distintas leyes
promulgadas por el ministro de Educación, sino también por la Autonomía del
mismo y por el cambio que el Colegio ha experimentado en su fisonomía en puesto
de las necesidades del mismo.
El día 1
de septiembre de 1970 el Colegio “La Explanada” inicia su primer curso bajo la
denominación del Colegio Nacional “General Franco”, formado por nueve unidades
escolares pertenecientes al Colegio Nacional “Santísima Trinidad” y ocho procedentes
del Colegio Nacional “Virgen de Guadalupe”. El Colegio Nacional “General
Franco” pasó a llamarse “Sebastián de Córdoba” a principios del año 1986 según
consta en Acta del Claustro acreditado el 28 de Enero de aquel año.
En la
sesión de 6 de septiembre del año 1971, el Ayuntamiento felicita a Don Juan
Pasquau Guerrero por el nombramiento de Académico correspondiente a la Real
Academia de San Fernando en el mismo
año, es beneficiario del premio extraordinario “Premio Cronista Cazaban”,
siendo concedido por el Instituto de Estudios Giennenses. En el Curso Escolar
1972 –73 empieza a impartir clases, al igual que su padre, en la Escuela de
Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y Maestría Industrial.
Con motivo
de la apertura del Curso 1973 – 74, en la Escuela de Artes y Oficios, se
celebra el siguiente Acto Académico, con asistencia de Autoridades locales,
Directores de Centros de Enseñanza, Claustro de Profesores y alumnos de la
Escuela. En primer
lugar en dicho acto hubo un reparto de premios correspondiente al curso 1972 –
73. En segundo lugar, entrega de Títulos a Graduados en
Artes Aplicadas y Oficios Artísticos.
A continuación, en tercer lugar, lección por el
Profesor de Historia del Arte de la Escuela, D. Juan Pasquau Guerrero, sobre el
tema “Las Bellas Artes a la busca del hombre perdido”.
Cualquiera
de vosotros, cualquiera de ustedes, señoras y señores, ha leído ya algún libro
–novela, ensayo o ciencia ficción- sobre futurología. La futurología es una
especie de divertimiento nuevo. La futurología trata –a la vista de los
síndromes aquejan a nuestra sociedad- de dar el diagnóstico y el pronóstico del
porvenir que nos aguarda. Pero, ¿qué futuro nos aguarda? En lengua inglesa,
Alvín Toffler, describe un cuadro sorprendente de la sociedad de mañana. Según
él, va a cambiar todo. Y va a cambiar de una manera tan radical, que ya no nos
van a servir nuestras medidas para
hacernos cargo de las auténticas dimensiones –que van a ser otras dimensiones-
de las cosas. Ni nos van a servir nuestros conceptos para expresar las
verdades. Ni nuestras razones para estimar la lógica escondida del universo. Ni
siquiera, viene a decirnos poco mas o menos
Toffler, nuestro corazón, con nuestro sentimientos antiguos –pasados de
modo y de moda-, ni nuestro mismo cerebro, cuyas neuronas bastante retrógradas,
bastante conservadoras, no van a ser capaces de afrontar ese alud creciente que
se nos echa encima, tienen nada que hacer –si no es que se renuevan
urgentemente- para cuando el año dos mil pase de ser amenaza a ser realidad.
Naturalmente
Toffler exagera y hasta hace –con pretexto de ciencia- un poco de humor. Sin
embargo, es cierto que el llamado <<shock del futuro>> inquieta y
alarma por todas partes. Inquieta el futuro, sobre todo, por su incertidumbre.
¿Nos va a traer el tiempo que llega con velocidad asombrosa –nunca el tiempo ha
recorrido más sucesos por hora-, nos va a traer, repito, el tiempo próximo un
bienestar paradisíaco o un Apocalipsis? Aquí, las opiniones se dividen. Hay
futurólogos enteramente optimistas y los hay absolutamente pesimistas. Los optimistas
nos regalan con la fantasía de un mundo supercivilizado y supertécnico donde el
ocio fecundo –liberados de nuestras angustias y de nuestros dolores- va a ser
terreno abonado para todos los placeres; donde el hombre con sus máquinas y con
sus palancas, con sus cohetes y con sus computadoras, con bioquímica y con su
electrónica, va a arrebatar al Cosmos sus últimos secretos. Los pesimistas, al
contrario, atemorizan con un porvenir de ocaso borrascoso en el que se va a
tornar negros todos los estandartes. Un porvenir de hambre, desolación, espanto
y muerte, en el que agotados todos los recursos vitales y esquilmadas las
últimas fuentes de energía, se producirá un regreso fatal al mas hostil
primitivismo; el hombre, verdaderamente, lobo para el hombre. De tal forma que
él <<Gloria en el Cielo y paz en la tierra>>, vendría a parar, como
en devenir postrero en <<guerra en el cielo y odio en la Tierra para los
hombres de mala voluntad>>.
Difieren
mucho, sí, las opiniones acerca del color del futuro que algunos de los que
aquí estamos verán quizás; pero que muchos, de seguro, por suerte o por
desgracia no veremos. No coinciden los criterios acerca del como del futuro. No
obstante en algo parece estar de acuerdo casi todos los futurólogos, tanto los
que vaticinan el bienestar absoluto como los que presagian, agoreros, un
Apocalipsis. Porque tanto unos como otros temen que el hombre, contagiado por
su bienestar o su malestar, va a desustanciarse, va a sustituir el drama
genuino de su persona –capaz de salvarse o de condenarse –según cada
pronostico- pero en cualquier caso muy poco humana. De un lado y de otro, en
efecto, da miedo esa deshumanización que, imperada por las técnicas erigidas en
reinas y señoras de la Cultura, amenaza con obligarnos a la dimisión. Se dice
que el hombre –ahogado por su propia prosperidad o por su propia desventura- va
a abdicar de sí mismo, va a dejar de ser quién es, se va a perder. Pero ¿qué
es, amigos, qué es, señores, esto de que el hombre va a perder al hombre?
¿Dónde, cómo y por qué nos vamos a perder?
La
uniformización de modos de vida, la universalización de aficiones y gustos, la
standalización de las costumbres, la manipulación de las ideas, la manufactura
de las razones, están haciendo ya de la Cultura una Industria, de la
Civilización una fábrica y del hombre un <<producto>>. Es paradójico,
pero así resulta; el hombre <<producto de sus productos>>,
arrollado y marginado por las consecuencias de los efectos de sus resultados.
El hombre obstaculizado por sus mismas creaciones. De tal forma que su completo
bienestar –si llega, como quieren los optimistas- va a ir en detrimento de su
ser. <<Y no es el bienestar lo que me Interesa, escribía Teilhard de
Chardin. Lo que me interesa de verdad no estar sino ser>>. Y eso es lo
que, se teme, nos va a quitar el futuro: el ser. Porque –felices o desgraciados-
las almas vacías de pulpa eterna, de su flujo lírico, cambiada su
intransferible índole por la hegemonía de un estar, se convertirían, descuajado
el drama del espíritu y ausente el misterio de la persona en ese
<<cascaron vacío>> que era <<el Rey Lear>>, viejo y
desamparado de sus hijas, en el decir de Shakespeare.
Yo
creo que sí, que hay síntoma ya de que los hombres nos estamos perdiendo de
vista, de que cada uno ve alejarse a su yo en el horizonte. Presiento, que si
no se pone urgente remedio, el hombre va a entrar en su auténtica vejez, es
decir va a convertirse en número pasivo y sin iniciativa: va a perder su figura
y su forma. Porque <<cascarón vacío>> extraviada su esencia,
sufrirá el trance de quedar flotante, cesante y sin pesantez. Y de forjador de
sus destinos, va a pasar a ser no sujeto sino objeto pasivo de la Historia.
Cosa y no alma. Y entonces los productos del hombre –los productos de sus ideas
y las consecuencias de sus razones y los resultados de sus inventos-
abandonarán al hombre como abandonaron al <<Rey Lear>>, una a una,
sus propias hijas.
Ferrater
Mora, un pensador español contemporáneo, lo ha dicho; << Hay épocas en
que los hombres descubren que pueden
dejar de ser hombres>>. Posiblemente, la que se avecina es una de ellas.
Si no tomamos las precauciones debidas, nos vamos a disipar –así, literalmente,
a disipar- sometimos a ese proceso de vaporización que está resultando ser la
Civilización supertécnica. La gente muchas veces renuncia a mirarse por dentro
porque cada vez encuentra menos cosas auténticamente suyas, de aquellas que
desde la niñez constituyen el núcleo de su persona y su más genuino patrimonio.
La gente se da cuenta de que pierde, poco a poco, o mucho a mucho, valores tan
fundamentales como la fe en Dios, la honradez, la confianza en el hermano, el
amor, el sueño, la ilusión. Hay jóvenes que dicen <<he perdido la
fe>> con la misma tranquilidad con que dirían <<he perdido el
bolígrafo>>. Y quizás dentro de unos años, las muchachas van a declarar
la pérdida de su virginidad sin apurarse más que cuando pierden el botón de un
abrigo. A mi juicio, todo esto entrañaría la auténtica bancarrota del ser –del
ser humano como persona, como mundo con leyes y valores propios- en aras de una
<<cosificación>> de un estar, plácido o difícil, bienestar o
malestar, a que nos lleva un mundo más atento a la cantidad que a la calidad,
más a lo útil que a lo bello, más a la materia que al valor, más a lo externo
que resbala que a lo interno que ahonda y labra. A Baudelaire –el poeta francés-
le preguntaron una vez, donde desearía para siempre vivir. Baudelaire respondió:
<<En cualquier lugar que no sea el mundo>>. No quería decir con
esto el poeta que deseaba morirse. El verdadero sentido de su frase sería mas
bien este: Deseo estar en cualquier lugar donde me dejen ver quien soy, donde
no me contamine el ambiente vulgar, la polución insana de la mezquindad. Deseo
vivir en cualquier lugar donde mi mundo tenga la suficiente potencia para
anular la deletérea influencia de unas ideas, usos y costumbres que me estorban
desde fuera. Como si dijera; quiero que mi vida interior venza al mundo y no el
mundo a mi vida interior...
Está
claro que no hay que renunciar al mundo; que no quiero invitar a nadie con este
recuerdo de la frase de Baudelaire a que corte sus amarras con la sociedad o a
que se encierre en su torre de marfil. Nadie puede bastarse a sí mismo y lo
humano y lo cristiano es establecer cada día puentes, lazos de unión entre
todos. Pero también es obvio, no admite dudas, lo de que si no atendemos a
nuestras <<provincias interiores>> que diría Ortega y Gasset, o a
nuestro <<inmortal seguro>> que diría el serenísimo Fray Luis de
León, también es incontrovertible repito, que si nos abandonamos al vaivén del
oleaje externo que nos masifica y nos cosifica, se nos perderá a cada cual el
hombre –su hombre- aunque conserve el nombre –su nombre-. El mundo
supertécnico, supercivilizado, lleno de productos de fábrica que nos envuelve,
tiende a suprimir las diferencias de presión y de nivel de nuestra persona, de
la de cada uno. Una persona fundamental es eso; una inestabilidad gloriosa, un
desnivel, un desequilibrio de contrarios, o sea, un desequilibrio armonioso. El
futuro –si es como nos lo presentan algunos futurólogos- pondría a todos los hombres a un mismo nivel
ideológico, emocional. Suprimiría la orografía y la hidrografía de cada uno. Es
decir, nos arrasaría. Es decir, terminaría con lo que nos distingue de lo que
nos rodea, cuando ser persona no es otra cosa que constituirse en torno al
centro de nuestra específica diferencia. Cada cual tiene que estructurarse –y
esa es la suprema empresa- pensando en quien es, en por qué es y para qué es.
Cada uno tiene que formase atendiendo al material que Dios le da y no
haciéndose una chabola a base del material de aluvión que le trae la riada de
las urgencias, de los actualismos, de las últimas novedades y de los prejuicios
últimos.
Pero
ahí esta, amigos; ¿Queda ya mucha gente que se haga esas cardinales preguntas,
que ahonde dentro de su intimidad para saber quien es, por qué es y para qué
es? ¿Quedan muchas personas que deseen siendo personas? ¿Quedan muchos hombres,
mas sensibles a la pérdida de lo que son que a la perdida de lo que tienen?.
¡Este es el gran mal que a todos amenaza! Todos estamos expuestos a estimar
como mayor desgracia la pérdida de nuestro dinero que la pérdida de nuestra
alma. Todos estamos abocados a guardarnos mejor el resfriado que amenaza
nuestros bronquios que del resfriado que amenaza nuestras convicciones. Todos estamos
dispuestos quizás a perder antes lo que da belleza a nuestras horas que lo que
da utilidad a nuestros propósitos. Y será así, de tumbo en tumbo, de abdicación
en abdicación, como llegaríamos a convertirnos en perfectos mecanismos de toma
y daca, evaporada toda noble ambición. Es así como llegaremos a parecernos al
tragaperras –planificada y allanada nuestra conducta a base de timbres,
reflejos y resortes- en lugar de parecernos a Dios que es para lo que hemos
sido hechos. Es así –en definitiva- como cada persona perdería a su hombre,
quedándose sí con su nombre. Pero su nombre sin nada especial dentro, su nombre
<<cascarón vacío>> como el Rey Lear, a merced de la tiranía de sus
engendros, de sus productos.
Piensa
uno, por tanto, sospecha uno que, ante la perspectiva urgiría la puesta en marcha
de una <<operación rescate>>. Operación a la caza y captura del
hombre que se pierde entre sus escorias, que se ve como se desdibuja su línea personal, su perfil,
entre la espesa niebla, amorfa niebla, que lo envuelve. Piensa uno que hay que
predicar y emprender una cruzada a la busca del hombre perdido, del hombre que pierde sus raíces. O del hombre que inauguró
la Civilización robando –valiente Prometeo- el fuego del Cielo y que ahora
contempla impotente y sin ira como la cultura se va a clausurar robándole a él
su propio fuego. Por que no es que ahora los hombres nos estemos volviendo
imbéciles. Al contrario. Ahora el nivel mental de cada uno es, probablemente
mayor. Y ahora hay más inteligencias privilegiadas. Y mas inventos. Y quizás
mas genios. Pero la cultura se está desintegrando. Un proceso catabólico,
analítico, nos lleva a conocer el mundo y las cosas palmo a palmo y milímetro a
milímetro, pero nos priva de una cosmovisión total, de una síntesis, de una
concepción unitaria del Cosmos, de la Historia, de la Ciencia y del
Pensamiento. No somos menos inteligentes, pero somos menos sabios. No, no es
esto una paradoja, ni es una <<boudate>>. Es que entendemos en
latitud y anchura pero no comprendemos en profundidad. Es que nos sobran ideas
y nos faltan ideales. Es que miramos más y vemos menos. Es que somos
impacientes para las fructificaciones, pero sin ninguna paciencia para esperar
las sazones. Es que, como magistralmente escribía Gabriel Marcel, el genial
filósofo francés recientemente fallecido, no sabemos distinguir entre problemas
y misterios. Y como cada día resolvemos problemas nuevos, hemos llegado a
ignorar -supina ignorancia- que son los
Misterios –bellos, altos, sublimes, castos y dramáticos misterios- quienes dan
el recado y la señal de qué es el hombre. Borrachos de lo que tenemos. Perdemos
la conciencia de lo que somos. Nos vino la plenitud de la Ciencia y dejamos que
se nos escape el carisma de la Sabiduría. En resumen el proceso catabólico de
la civilización técnica, quiere doblar el pulso al proceso anabólico,
integrador, unitario, de la Cultura. Y estamos a punto de perecer entre la
espada y la pared.
Pero
mis queridos amigos, ahora mismo os estaréis diciendo; ¿Qué tiene que ver el
anabolismo de la Cultura y qué tiene que ver Prometeo, y qué tiene que ver
Gabriel Mercely que tiene que ver el tragaperras y qué tiene que ver el Rey
Lear, y qué tiene que ver Toffer y qué tienen que ver los futurólogos y que
tiene que ver todo este batiburrillo con el Arte o con las Bellas Artes?
Brevemente, porque si no voy a ser demasiado largo, desearía que reflexionemos
juntos unos instantes y veríamos que sí, que tiene bastante que ver.
Por
supuesto que si el hombre que empezó en cazador de jachalíes ha de dedicarse ahora
a la caza de su personalidad que huye fugitiva, no hay expediente mejor que la
apelación a lo trascendente. Por supuesto, que si el hombre se busca tiene que
apelar a Dios como Lazarillo, ya que un ciego –como dice el Evangelio- no puede
guiarse por otro ciego. Sí, por las causas que fuere, los hombres de ahora, muy
lúcidos en ciertas cuestiones, hemos perdido en cambio la Luz, dificilísimo
será que podamos hacer claridad en nuestros fondos y que seamos capaces de
encontrar en la hondura al hombre que se esfuma entre la niebla, o que podamos
gritar desde nuestra desolada soledad al hombre que se pierde en el horizonte.
No nos encontraremos si nó es de la mano
de Quien, después de crearnos, de hacernos, vino al Mundo para buscarnos y
rebuscarnos. Me gusta repetir estas cosas que ahora se oyen poco. Me gusta recordar
las palabras de Pablo VI cuando dice que <<sin la apertura al Señor, el
hombre empieza a degradarse, es decir, empieza el hombre a perder su categoría
de hombre>>. Ojalá nuestro tiempo estuviese capacitado para la elevación
mística. Ojalá pudiésemos, como San Juan de la Cruz, dinamizar la rueda
entrañable; ojalá aspirásemos al <<conocer no sabiendo, toda Ciencia
transcendiendo>> del carmelita, obrando a modo de turbina espiritual que
alancease y pusiese en movimiento, en irreprimible rotación las aguas
profundas, los pensamientos profundos que, si no se mueven, quedan en perfil
conceptual de puras geometrías. Ojalá, que, aunque aprendices ineptos o
ignoramos, nos sintiésemos inclinados a la limpia disciplina mística, ya ahora
se necesitan más intuiciones que razones, más fervores que cálculos, más
silencios que palabras, más sentires que
decires y mas amor que puro intelecto. Yo, a veces, me hago la ilusión de que
pasado algún tiempo se va a producir la ansiada reacción y que de nuevo van a
volver a tener más valor los místicos, los santos, los artistas y los poetas.
Más valor que los intelectuales, los tecnócratas y los burócratas. Yo pienso
que sí, que al mundo –pasada esta época de confusión- le va a subir otra vez la
tensión, la tensión espiritual, y van a pasar, por tanto, estos vértigos y
estos mareos...
No
obstante, creo que hay también soluciones, aunque subsidiarias e incompletas,
de tejas abajo. Para la busca del hombre perdido, pueden ser decisivas según mi
opinión, las apelaciones a ese transmundo –o quienes ustedes, si queréis- a ese
intra mundo superior del arte. Porque para encontrarnos necesitamos primero eso
que llamamos la evasión, la fuga, de estas ocupaciones que nos tapan, que nos
obturan que nos cierran y nos encierran. El arte es el supremo
<<hobby>> que nos aleja de lo cotidiano para acercarnos y
zahondarnos luego en nuestros pozos íntimos, en nuestras cisternas líricas. La
poesía, el arte, la música, la pintura, la contemplación de una catedral, la
sugerencia de una ojiva, la serenidad de un frontón clásico, la gracia de una
estatua, la finura de un ánfora, la armonía de un simple decorado plasmado con
sensibilidad y con gusto, son otros tantos expedientes para sumirnos en la
actitud contemplativa. La actitud contemplativa vuelve a presentarnos al mundo
del primer día, alejándonos de la visión de este mundo cansado, fatigado,
sudoroso, de estas jornadas de la historia que vivimos; jornadas que tiene
apariencia de últimas o de penúltimas jornadas. El arte –ya sea por la
contemplación o por la ejecución de la misma obra artística- da estilo, fuerza
a nuestros días manchados de barro. ¿No os habéis sentido mucho más hombres
oyendo a Batch, a Bheetoven o a Mozart?¿No habéis encontrado en vuestra alma
cosas que creíais definitivamente olvidadas, al acariciaros el silencio umbroso
de una iglesuca románica o de radiante templo gótico o renacentista? ¿Nos
habéis vuelto a refrescar lo mejor de vuestra vocación de belleza –todo hombre,
aunque lo ignore, tiene una vocación de belleza- en la presencia de un cuadro
de Leonardo, de Rafael, de El Greco, de Velásquez, de Rembrand, de Monet, de
Zuloaga, de Miró, Matisse? Y tanto mejor, si además de contempladora, sois
ejecutores. Tanto mejor, si además de emocionaros ante un óleo, una imagen o
una melodía, sois vosotros mismos capaces de plasmar, un cuadro, una escultura
o una pieza musical. Porque entonces, además os realizáis, como se dice ahora:
entonces promocionéis la vida genuina, a pura autenticidad. Entonces
–permitidme la expresión- pescais el yo del
fondo dormido de vuestras aguas.
Superior,
tensa, gloriosa, penosa y triunfal empresa la de encontrar el yo. Ah, mis queridos
amigos artistas que me oís, profesores, profesores artistas, alumnos artistas,
¡como os envidio! Cuando pintáis, cuando esculpís cuando hacéis un modelado, un
vaciado, cuando trazáis las líneas de un dibujo, cuando diseñáis una pieza de
confección, cuando decoráis una habitación, <<como vertiesen la obra que
lleváis a cabo lo más secreto, lo mas valioso, lo más personal, gracioso, lo
más encendido de vuestra alma! ¿Verdad que entonces –y no antes ni después- os
experimentáis enteramente vosotros, vosotros mismos? ¿Verdad que es en esos
momentos de trance creador cuando os advertís un poco como Dios, ensayando
mundos nuevos? ¿No es, así, como de cierto os encontráis y como de verdad os queréis?
En la curva del ánfora que modeláis, en la pincelada que conseguís hacer saltar
ágil sobre el lienzo, en el escorzo sutilísimo de la estatua a la que dais
expresión, figura y presencia, estáis presente y actuantes con toda la carga
emotiva de un yo intransferible y gozoso. Mejor, sólo tú artista has hecho el
cuadro que haces. Otros harán otros mejores o peores, pero no otro igual. E
irrepetible será, igualmente, esa figura de barro que modelas con tus manos
–artesano amigo- pareciéndote durante unos momentos al Dios del Génesis. Y
nadie hará una jarra exactamente igual a la que tu acabas de plasmar, alumno
aprendiz de la escuela. Estas obras de artes que alumbráis –queridos profesores
de la escuela de Artes y Oficios-, esas preciosas cosas que aprendéis a traer
al mundo –queridos alumnos de la Escuela- son vuestra posesión; son de
vosotros, genuinamente de vosotros. Constituyen vuestra auténtica propiedad,
porque no representan productos cedidos, comprados, vendidos y adulterados; no
pertenecen a la sociedad de consumo. Son efecto y gracia de vuestra
inspiración, de vuestro trabajo, de vuestro esfuerzo. Son la manifestación de
la casta bondad última del corazón. Son la epifanía de la persona libre,
evadida de las cárceles de lo cotidiano, de lo vulgar, de lo anodino. Hacéis un
cuadro, una cerámica, una forja o un mueble –simplemente una silla en el taller
de carpintería artística- y notáis, verdad que si, que vuestros pájaros, vuestros
mejores pájaros han alzado su vuelo de vuestro suelo. ¡Como os envidio,
artistas y artesanos! ¡Como os envidio profesores y alumnos de esta escuela! Yo
soy un hombre incapaz de trazar un dibujo, de pintar un óleo, de modelar un
botijo. Yo tengo unas manos torpes y una mente algo tartajeante, yo no puedo
lograr una obra bien hecha. Yo soy impotente para vaciar mi espíritu en lienzo,
en el dibujo, en el barro, en la madera, en el hierro yo no puedo encontrarme, yo no puedo hallar al hombre perdido –como
vosotros seguramente lo encontráis- por ese camino. Yo os doy mi enhorabuena y
yo os doy las gracias porque sabéis como se hace la belleza. Y ¡como se parece
la belleza a la Verdad! ¡Son las dos caras de una misma moneda! Moneda que no
se cotiza en las oficinas bursátiles sino en la Bolsa de Dios.
Queridos
artistas-artesanos de esta Escuela. El artista es la continuación del artesano
y el artesano es la continuación del artista. Por enésima vez hay que recordar
la frase de Don Eugenio d`Ors: <<El secreto de la perfección artística de
Úbeda, a su vocación artesana se debe>>. A vosotros, artistas y artesanos
de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Úbeda, la expresión de
mi cordial y admirado homenaje[1].
En cuarto lugar, fue la intervención seguida del
Sr. Director del Centro, D. Manuel Fuentes Garyalde.
Tras la clausura del Acto por el Iltmo. Alcalde, D.
Manuel Fernández Peña. Se realizó una visita a la exposición de trabajos
realizados por los Alumnos de la Escuela de Arte y Oficios.
El 31 de Julio de 1972, a petición de varios
vecinos, se solicita la erección de un busto del que fuera Alcalde don Pedro
Sola. Accede la corporación y se instala en el Barrio de San Pedro.
Nos situamos
otra vez, en el año 1973, y en sesión
plena del 27 de Marzo, son adjudicadas las obras de la piscina municipal.
La misma es inaugurada el día 18 de
julio del mismo año. En aquella misma sesión, entre otros asuntos, la
Corporación muestra su satisfacción por la meritoria concesión al Alcalde don
Manuel Fernández Peña de la Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros.
En este
mismo año se publica dentro de la colección Temas de nuestra Andalucía y
patrocinada por la obra Cultural de la Caja de Ahorros de Granada el
trabajo de Juan Pasquau, bajo lema: Úbeda,
ciudad del Renacimiento andaluz.
En el mes
de Diciembre de aquel citado año, es fundada por Francisco Esteban Santisteban
y publicada por la Real Archicofradía de Nuestra Señora de Guadalupe la revista
mensual Gavellar. Nuestro laureado personaje empieza escribir para la misma,
con un artículo publicado en el primer número bajo título Carta a Úbeda.
Los números 55 y 56 correspondientes al año 1978, de la Revista Gavellar son números extraordinarios dedicados a Juan
Pasquau, con ocasión de su muerte.
En acta
del 28 de Enero, el Ayuntamiento agradece al Centro de Iniciativas Turísticas
su labor en pro de la promoción de las bellezas monumentales de la ciudad.
En este mismo año de 1974, publica el CIT., la obra
literaria de Pasquau titulada Reseña de Úbeda, ciudad monumental, para
los alumnos de los centros de EGB., de Úbeda, es editada la misma por Gráficas
Bellón, consta de dieciséis páginas distribuidas de la siguiente manera, I: Introducción
(pp. 3-4). II: Monumentos precristianos de Úbeda. La muralla (pp. 4-5). III:
Arte románico y gótico en Úbeda (pp. 6-8). IV: Estilo plateresco (pp. 8-10). V:
Úbeda, ciudad del Renacimiento (pp. 10-15). VI: Úbeda sigue (p.16).
Y el 26 de
Diciembre de aquel año, el CIT.
premiaría a la Agrupación de Cofradías como “Ubetense del año”, por dar conocer
la Semana Santa Ubetense a toda España a través de la retransmisión de nuestra
procesión general.
En 1975 se
edita el libro de la Historia y Pregones
de nuestra Semana Santa, libro subvencionado por la Agrupación de Cofradías,
recoge muchos de los pregones ofrecidos
desde su instauración en 1955, entre ellos el de nuestro ilustre personaje, no
están todos, debido a la ausencia de algunos de ellos en los archivos de la
Agrupación..
Como acontecimientos de aquel año que cambiaron la
Historia de nuestro País, y la vida de los españoles, está el ocurrido el 20 de
noviembre de 1975, con el fallecimiento de su Excelencia don Francisco Franco,
poniendo así fin a la Dictadura.
Comenzando
así una nueva etapa para España, ya que el 22 de noviembre de aquel año, Juan
Carlos de Borbón, es proclamado Rey de España que gobernará con el nombre de
don Juan Carlos I. Úbeda estaba entonces de luto, con sus casas con crespones
negros y la Bandera Nacional ondeando a media asta en los edificios civiles. Al
día siguiente, por motivo del fallecimiento del Caudillo, Úbeda celebra
solemnes funerales en Santa María de los Reales Alcázares, estando el templo
abarrotado de fieles.
Juan Pasquau, gran semana santero y Hermano de Jesús.
La Semana Santa de Úbeda, paso a paso por nuestro
Ilustre personaje.
Domingo de Ramos.
Las campanas de la Trinidad,
entre estampidos de cohetes, marcan el comienzo de la Semana Santa ubetense con
la fiesta de <<La Entrada de Jesús en Jerusalén>>. Asiste todo el
<<guión>> -anotemos este modismo ubetense de llamar
<<guión>> al conjunto de una cofradía- y ondean las altas,
esbeltas, místicas palmas en el interior del templo abierto de par en par. El
bullicio de la gente –muchos chiquillos, infinitos chiquillos que acuden a ver
al <<Señor del borriquillo>> -asfixia la voz del presbítero que
recita los salmos de la bendición de ramos. Mientras, en Santa María de los
Reales Alcázares, se celebra la fiesta oficial a la que asiste el Excmo.
Ayuntamiento bajo mazas. Y en Santa
María, y en todas las iglesias, están ya preparados los pasos procesionales. A
algunos de ellos le faltan, quizás, los últimos <<toques>> (Laboriosa
tarea esta de la preparación de un <paso> de Semana Santa. Interviene el
escultor, el presidente de la cofradía, el secretario, el carpintero, el
herrero, el pintor, la camarera, el alguacil, el cura, la hermana del cura, el
electricista y... el sacristán).
Pero cuando Úbeda entera se
echa ya a la calle es el domingo por la tarde. Hay gentes en Úbeda que sólo se
ven de Semana Santa en Semana Santa. Cuando el <guión> presidido por don
Pedro Parra llega a la Trinidad para <sacar la procesión>, en los
soportales de enfrente ya están las caras del año anterior con los chiquillos
–que extienden la manecilla- en brazos. Y la bulla de siempre. Y las dichosas
<pelotitas de goma> de siempre. Y las mozuelas con sus vestidos verdes,
rojos, amarillos, azules, blancos... Úbeda es un pueblo agrícola y la Semana
Santa representa, un poco , a modo de marcador de la prosperidad. Es un
materialismo lamentable pero es así. La gente, cuando hay poca cosecha, dice
que <no hay gusto para>... Los años de buena cosecha, en cambio, son
fértiles también en vestidos rojos, verdes, amarillos, azules, blancos, para la
Semana Santa. Y se ponen las calles que, <da gusto verlas>. Y cuando se
prende fuego, por junto, al haz de cohetes de la lonja de la Trinidad –sale la
procesión- hay gritos, sol, carreras de chiquillos, plegarias, marcha real...,
sombreros en la mano, monaguillos. Inicia su marcha la carroza de <<La
Entrada de Jesús en Jerusalén>>. Sube por la calle Mesones... El gentío
se pone en movimiento. Por la calle Gradas y el Claro de San Isidoro <se
sale> a la calle Nueva; es pues facilísimo ver otra vez, enseguida, la
procesión. Para eso está el <atajarla>... No hay ubetense que no sepa
<atajar>, que no conozca bien las calles idóneas para eso. Son, todas,
calles recoletas, apartadas, viejas, casi enlutadas. Pasa por ellas el tropel
de <atajantes> y ellas, las pobres, siguen con su vejez, su mala
pavimentación y su luto, sin ver la procesión.
Y cuando la procesión
termina es de noche. Y todo el mundo – en la calle, en el bar, en los grupos de
la plaza- habla de las novedades cofradieras de este año. ¡Ah! Y, como es primavera,
todos los amores reverdecen. ¿Se fijan Vdes., en la remesa de muchachitas en
flor que cada año estrena el Domingo de Ramos?
Jueves Santo.
El
mismo aire se hace religioso en el Jueves Santo. Cuando terminados los sacros
oficios se han desleído en los ámbitos del templo las últimas volutas del
incienso; cuando han enmudecido las campanas y ha empezado ante los Sagrarios
el bisbiseo silencioso de las plegarías, la piedad del día toma cuerpo en cada
esquina ciudadana como si la liturgia, universalizada, hubiese copado las
últimas plazas fuertes de la frivolidad. Una serenidad eucarística ha
apostolizado a las cosas todas y es entonces cuando, heridos por el esplendor
meridiano del sol, los gallardetes y estandartes –verde y oro- de la cofradía de <la Oración del
Huerto> reverberan en la mañana radiante. La procesión centra fervores de
plata y, su paso, adensa a las gentes en el misterio que alza su amargura,
sobre los oros barrocos, bajo el inmenso azul. La palidez de la imagen del
Cristo orante encarna el ensamblaje
teológico –Hombre Dios- en medio de la exultación primaveral... Y en las almas
se filtra, un místico oro viejo, una sutil emoción de eternidad.
Por la tarde -¡ay la tarde del Jueves Santo!- la
ciudad es, toda, una votiva ofrenda: un cirio transido de euritmias pianísimas.
Se acordan los tambores broncos de la procesión con los presagios cárdenos del
livor crepuscular. Y las mantillas de las bellas imprimen carácter al ambiente.
Hay una delicadeza, una intimidad, una pureza nueva, transparente, límpida...
(Ninguna fiesta religiosa se traduce en
esta finura lírica. Ni aún la Navidad que achabacana presto de pantagruelismos
y de zambombas. Ni aún el Corpus cuando
se contagia de voluptuosidades vernales). Dos procesiones ubetenses en la tarde
del Jueves Santo <La Humildad> precedida de la banda de romanos, abriendo
una brecha vagneriana –trompetas imperiales- entre la espesa expectación multitudinaria.
Y la de <El Señor de la Columna>, apagada de fulgores, entre violetas y
crespones negros, matizada de profundos clamores contenidos.
Cristo humillado bajo la púrpura del escarnio;
Cristo humillado en su desnudez desgarrada. Penitentes de colores ebrios –rojo,
amarillo de <La Humildad< y penitentes acongojados –luto y salmo- en
<La Columna>. Luego, atardecido, la Luna de Nisa asocia su embrujo a la
sugestión tremente de la noche. Es también una luna contagiada: una luna
distinta... Hay andorreo de matrimonios endomingados- estación tras estación- y
mar picada de pitidos infantiles, a lo largo y ancho de las calles invadidas de
un gentío que, <encerrada> <La Humildad>, se retira al descanso
ante la perspectiva de ajetreo del gran Viernes. (En todos los hogares hay esta
noche una túnica recién planchada y plegada; túnica de Jesús, de La Caída, de
La Expiración o de Las Angustias que al día siguiente vestirá el padre, el
<papá>, el hermano o el <chache>, convertido en penitente).
Viernes Santo.
En ninguna ocasión como en el Viernes Santo, Úbeda
se identifica tanto con sí misma. Diríase que a lo largo del año hay una
difracción del carácter ubetense, una disociación de sus autenticidades más
íntimas. Es natural y no es achacable el fenómeno únicamente a Úbeda.
Hay un día, para cada pueblo, en que no se parece a
ningún pueblo, en que sus esencias idiosincrásicas, más o menos soterradas,
afloran fatalmente, como demostrando que lo de las <constantes
históricas> es verdad también, en un sentido particular, para cada ciudad,
pueblo o aldea. Esta intermitencia anual de la tradición es ineludible y consoladora. El tiempo deja su sedimento,
por fugaz que resulte su paso. En Úbeda, el Viernes Santo es una obra de siglos
en que han colaborado todos nuestros antepasados, en que seguirán colaborando
quienes venga detrás de nosotros... La voz del tiempo que fue, nunca suena
mejor en nuestro pueblo que el gran Viernes. De tal manera que, por muchas que
sean las interferencias de afuera, el tono y el timbre ubetensista jamás deja
de percibirse, incontaminado en cada uno de los momentos de nuestras
procesiones. Con una pureza y una reciedumbre que viene de adentro, atenta a su
propio ritmo... En los demás días del año el viento de la <actualidad>
borra y barre cualquier reminiscencia ancestral. No así, repetimos, en el
Viernes Santo, verdadero monumento histórico de Úbeda, genuino depósito de
tradiciones, esencia lírica –y épica-, concentrada, aromado del <bouquer>
de cien generaciones...
Porque es igual, en líneas generales, el Viernes
Santo de ahora que el de hace cincuenta años... Es este su mérito. Si nuestros
abuelos <levantaran la cabeza> no experimentarían, sin duda alguna, el
desasosiego que sentirían si despertasen en cualquier otro día; no les acongojaría
su situación <depaysé>, su desambientada postura añeja. Y es bueno que
los pueblos que juegan al progreso y que los pueblos que con perfecto derecho
avanzan en la línea que les marca la Civilización, se detengan –si quiera sea
una vez al año- a escucharse a sí mismos, sugestionados por la emotiva carga afectiva
de lo pretérito. Máxime cuando como, en este caso , el pretérito llega
impregnado de transcendentes auras religiosas y eternales.
La salida de <Jesús Nazareno> es el preludio
inefable de nuestro Viernes Santo; preludio en que se perfilan y se insinúan
las notas sinfónicas de la gran jornada religiosa. La procesión tiene una
unción fervorosa y su paso por las calles a las primeras horas de la mañana es
una caricia que enardece anhelos escondidos y remueve todos los rescoldos
atávicos. Más tarde, también en la
mañana, la cofradía de <Jesús Caído> plasma la tristeza infinita del desfallecimiento
divino. Están los balcones repletos de muchachas en flor, pero los capirotes
morados se enfilan hasta el cielo. Y en el cielo es primavera impaciente que no
aguarda a la Resurrección para esplender... y Cristo lleva sólo su cruz, sobre
su carroza de plata.
Por la tarde, a la hora exacta de la Redención
<La Expiración> recorre nuestras calles. Es conmovedora la salida de esta
procesión de la iglesia de la Trinidad, a las tres de la tarde. Más adelante, a
las cinco, <Las Angustias> marca la hora del cansancio de la gente; pero
el desfile de la procesión blanca, a los acordes de la marcha que compuso el
inolvidable D. Victoriano García es uno de los más lucidos de nuestra Semana
Santa. Por fin, ¡La Soledad! Colofón de la tarde. Epílogo abigarrado con oleaje
de fervores sin rienda. La cruz de <La Soledad> se levanta como un
mástil, en el ocaso, entre elegías de trompetas y luto denso de penitentes
negros...
Luego, todo se vuelve expectación ante el magno
desfile de la Procesión General[2]
Como
queda demostrado Juan Pasquau, a lo largo de su vida fue un enamorado de su
pueblo Úbeda – ciudad natal, refugio y atalaya- que en los tiempos de
ocio, recorría, contemplaba y gozaba de
las callejuelas de la Úbeda antigua y escribía sus sentimientos experimentados
por las mismas en su libreta de apuntes.
Si actualmente Juan Pasquau, alzase la cabeza, y discurriese otra
vez por las callejuelas y plazas de la
zona antigua, se le quitaría las ganas de escribir, por los graves atentados
contra el patrimonio cultural, que se cometen en las mismas. Ya que a raíz de
los mismos, se esta perdiendo el sabor
antiguo y medieval que posee estas plazas y callejuelas ubedíes...
Pasquau,
fue también un gran amante de las tradiciones ubetenses, siendo la Semana
Santa, la tradición que el más amó.
Realizó gran cantidad de artículos
relacionados con la Semana Santa, muchos publicados en su elogiada
revista “Vbeda”, ejemplos de escritos: (Publicaciones ubetenses de Semana Santa[3];
Semana Santa en Úbeda: Tres tiempos “1557, 1897 y 1958”[4];
Historia de la Semana Santa de Úbeda.[5]);
escribió y pronunció el pregón de Semana Santa de 1958, colaboró en programas
de horarios de Semana Santa:
Úbeda. Suntuosas Procesiones de Semana Santa. 1942,
de 24 páginas e impreso por la Imprenta de La Loma. Junto al texto de Pasquau
figuran los de Bonifacio Ordóñez, P. Iniesta Quintero, A. Arias, José A. Moreno
Cortés, Marcos Hidalgo Sierra, José Latorre Campos, Alfonso Higueras, A.
Martínez Gallego y E. Puyol Casado.
Semana Santa. Vbeda. 1943, de 20 páginas e impreso
por la Imprenta de La Loma. Junto al texto de Pasquau, figuran las firmas de B.
Ordóñez Quesada, Pascual Iniesta, A.
Arias, José A. Moreno Cortés, E. Puyol Casado, Marcos Hidalgo Sierra, Ramón
Martos, Luis González, R: Láinez Alcalá, J. Peñas Bellón, Andrés Arias Bardés,
Ignacio Molina moreno, L. Lechuga Vegara, A. López Muela, Juan Vico Hidalgo.
Unas colaboraciones son en prosa y otras en verso.
Semana Santa de Úbeda.1945. Impreso por la Imprenta
de La Loma, consta de 12 páginas más 14 de anuncios publicitarios. Junto a la
colaboración literaria de Pasquau aparecen las de A. Arias, Bonifacio Ordóñez
(Alcalde), R. Torres Herrera, José A. Moreno Cortés, E. Puyol Casado, Juan
Martínez de Úbeda, J. Peñas Bellón, Fr. Rafael de Úbeda, A. Arias, Un carmelita
descalzo y Miguel Soto Quirós.
Semana Santa. Programa Oficial. Úbeda 1947, de 12
páginas e impreso por Gráficas Bellón, con las colaboraciones de nuestro ilustre
personaje Pasquau, y con las de Pedro Sola Muñoz (Alcalde), Juan Vico Hidalgo,
J. Martínez de Úbeda, Marcos Hidalgo Sierra, Enrique Díaz Delgado, J. Peñas
Bellón, José A. Moreno Cortés, J. Bellón, J. Gallego-Díaz, A. Vera León,
Antonio Parra y L. Lechuga. Síntesis histórica de las Cofradías: José Molina
Hipólito.
Úbeda. Semana Santa. Año 1949, impresa por Gráficas
Bellón, consta de seis páginas y junto la colaboración de Pasquau, aparece la
de Pedro Sola Muñoz y la de E: Puyol Casado.
En 1968 la Agrupación de Cofradías edita la Guía de
Semana Santa, colaborando en lo literario Juan Pasquau, en las fotos de
cubiertas Eliseo Morales, en las fotos interiores Joaquín y Baras, en los
fotograbados Caballero y los dibujos Domingo Molina, Matías Crespo y Emilio Sánchez.
Fue impreso por Grafitálica y consta de 12 páginas.
Juan
Pasquau, también fue un hombre muy vinculado a la Cofradía de Jesús Nazareno, y
gran devoto de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Esta noble y muy antigua Cofradía se honró de tenerlo como cofrade.
Ingresó el día 1 de abril de 1941, poco después de la reorganización de la
Hermandad –finalizada la contienda civil de 1936-1939-. En la misma ocupó
diversos cargos directivos: Vicesecretario desde enero de 1948 hasta enero de
1954. Vocal desde febrero de 1976 hasta su muerte en 1978. Nombrado portador
perpetuo del Pendón de la Cofradía, el día 7 de enero de 1948, lo llevó
merecidamente hasta su muerte –su hijo Miguel en memoria de su padre lo sigue
portando todos los Viernes Santo-.
Promotor
de la Celebración del IV Centenario de la fundación de la Cofradía, fue dándole
el esplendor que tal efeméride requería, así como la publicación de libro
conmemorativo, donde participó activamente. Su última voluntad en vida, fue que
para la entrada al reino sin fin, se engalanase del traje de Estatutos de su
querida cofradía de “Jesús Nazareno”.
Nos
situamos en el año 1977, año en que la
“Muy y Antigua e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Nuestra
Señora de los Dolores, San Juan y la Verónica” celebran los Actos
conmemorativos del IV centenario.
La
Junta Directiva organizadora de los actos conmemorativos del IV Centenario de
la fundación de dicha cofradía estaba compuesta por:
Director
Espiritual:
Rvdo. D. Diego García Hidalgo,
Párroco de Santa María.
Hermano
Mayor:
Andrés Carlos Martínez de las Peñas.
Vicepresidente:
Antonio García Soria[6].
Secretario:
Antonio Vico Hidalgo.
Vicesecretario.
Francisco Delgado Martínez.
Tesorero:
Miguel Leiva Gámez.
Contador:
Enrique Blanco Martínez.
Vocales:
Juan Pasquau Guerrero.
Joaquín Martos Ruiz.
Nicolás Martínez Santisteban.
Alfonso Fernández de la Torre.
Antonio Biedma Campos.
Jerónimo Garvín Ojeda.
Francisco Vilches Alvarado.
Colaboradores
jóvenes
Francisco Javier Escalzo Martínez.
Nicolás Berlanga Martínez.
La
Junta Directiva, con ocasión de tan importante efeméride, programó los siguientes
actos:
Los
mismos se iniciaron con la misa mensual de enero, celebrada ante la imagen de
Jesús el Primer Domingo de dicho mes, día 2, en la que Don Diego García
Hidalgo, Director Espiritual, pronunció una homilía alusiva a estos
cuatrocientos años, pero la apertura de tal conmemoración se hizo coincidir con
la solemne Fiesta Principal anual del domingo 23 del citado mes, que culminaba
con la Novena tradicional a los Titulares –Nuestro Padre Jesús y Santísima
Virgen de los Dolores – que la precedió.
Todas
las Hermandades de Semana Santa de nuestra ciudad, como cortesía y adhesión,
engalanaron con sus Gallardetes el altar mayor de la Iglesia de Santa María, que
se hallaba totalmente llena de hermanos y fieles, asistiendo todos los Hermanos
Mayores de las Cofradías.
El
Célebre orador de la Novena, Don Jerónimo Bernabeu Oset, Canónigo de la
Catedral de Cádiz, pronunció la homilía. Terminada la Santa Misa, se cantó un
Te Deum en acción de gracias por haberse alcanzado esta IV centenario. Por
último y en el local “Los Jardines de La Loma”, la Cofradía sirvió un desayuno
a todos sus hermanos y representantes de las Cofradías.
En
la misa mensual del día 6 de febrero, en la capilla de Jesús en Santa María, se
bendijeron las medallas conmemorativas del centenario para los Hermanos y se
inauguró una bella lápida, elaborada en cerámica artística sobre mármol (colocada en la pared derecha lateral de la
capilla) con la inscripción: Muy Antigua e Ilustre Cofradía de Ntro.
Padre Jesús Nazareno – Conmemoración del IV Centenario –1577 – 1977 – Úbeda.
Más tarde se celebró una Junta General Ordinaria, esta comenzó con la
imposición a los Hermanos de las medallas conmemorativas, doradas,
confeccionadas en bronce, cuyo acto revistió un gran entusiasmo cofradiero.
El
Miércoles de Ceniza, día 23 de febrero, se celebró un VIA CRUCIS con la sagrada
imagen de Nuestro Padre Jesús, en su trono procesional, desde la puerta de la
Consolada de Santa María a la Plaza 1 de Mayo y desde ésta por la calle María
de Molina a Santa María.
El
Lunes Santo, día 4 de abril, a las 8,30 de la tarde, en el Salón de Actos de la
EP. Sagrada Familia, con asistencia de Autoridades Civiles, Hermanos y numeroso
público, se celebró el Acto Literario de Exaltación del IV Centenario.
En
primer lugar, el hermano Jerónimo Garvín, hizo la presentación de dicho acto,
después, por el Hermano Mayor Presidente, Andrés C. Martínez, se hizo entrega a
Antonio Vico Hidalgo, de una placa de plata, como homenaje y agradecimiento,
por los casi cuarenta años que lleva al frente de la Secretaría de la
Hermandad. Antonio Vico emocionó, pronunció palabras de gratitud y recuerdo,
acompañándole en este acto los que fueron Presidentes de la Hermandad durante
este largo período.
Juan Pasquau; Pepe Perez y Antonio Vico |
A
continuación, el Cronista Oficial de Úbeda y Hermano de Jesús, Juan Pasquau,
presentó al Encargado de este Acto Literario, R. P. Félix García. Juan
Pasquau dio una auténtica lección de
amor cristiano, en la que vertió su pensamiento filosófico y teológico, siempre
colmado de creyente doctrina.
El
P. Félix García pronunció su discurso tan digno de él, haciendo vivir de otro
modo más vivo y consciente la importancia y significado de los cuatrocientos
años de vida de esta Cofradía y del amor a Jesús. Finalmente habló el Hermano
Mayor, que agradeció emocionado y de forma sentimental la colaboración de todos
en las celebraciones de esta conmemoración centenaria. El acto terminó
interpretándose el MISERERE.
El
Viernes Santo, a las siete de la mañana se inició la tradicional procesión de
Jesús, entre el intenso, fervor popular. Figuró en la procesión, detrás del
“Paso”, el antiguo Pendón de1779, escoltado por los Hermanos más veteranos y
portado por Juan Pasquau. Cerraba este cortejo morado, el Excmo. Ayuntamiento
bajo mazas, que a invitación nuestra quiso unirse. Siéndole impuesta al Alcalde Presidente, D. Manuel Fernández Peña,
la Medalla del Centenario, a las puertas del Palacio Municipal, momentos antes
de la salida de Jesús, por el Hermano Mayor, ante la presencia de un largo
Guión de Penitentes morados.
Como
último, cabe señalar, que esta fue la última procesión que presenció Juan
Pasquau, en vida.
La
solemne Clausura de este IV Centenario y la Fiesta Principal de la Cofradía,
del mes de enero de 1978, se celebró el domingo día 15. El amplio y hoy
clausurado templo de Santa María ofrecía un aspecto impresionante, presenciado
cpor las imágenes de Jesús de las Aguas y la Virgen de los Dolores, acompañadas
por los Gallardetes de las Cofradías ubetenses. El grandioso templo estaba
rebosado de gente, en esta Fiesta se acercaron a comulgar, unas dos mil
personas, aproximadamente. La homilía fue pronunciada por el Obispo de Jaén, D.
Miguel Peinado. En los primeros bancos se hallaba encabezada por el Alcalde D.
Manuel Fernández Peña, por el Cronista Oficial y Hermano de Jesús D. Juan
Pasquau; por la Junta Directiva y Hermanos Mayores Honorarios de la Cofradía,
Presidente de la Agrupación de Cofradías y representantes de Cofradías
Pasionales y Religiosas.
Como
ya apuntamos anteriormente, el dieciséis de Abril de 1977, le es impuesta a
Juan Pasquau Guerrero, la Cruz de
Alfonso X El Sabio, en
el Salón de Actos de sus entrañables Escuelas Profesionales de la Sagrada
Familia
Ajustadas
fueron las palabras del presentador del homenaje Manuel Fuentes. Igual de
ajustada fue la intervención del alcalde, Manuel Fernández Peña, que presidió
el acto. Inmensas e incomparables fueron las palabras del Delegado del
Ministerio de Educación y Ciencia, quién efectuó la imposición de la Cruz a Juan Pasquau, presente en el acto,
este último fue considerablemente
elogiado.
Esta
fue la intervención del galardonado.
Ilmo. Sr. Delegado Provincial del Ministerio de E y
C, Ilmo. Sr. Alcalde, Dignísimas Autoridades, Sr. Inspector Jefe Provincial y
Sr. Inspector de Zona de la Inspección Técnica de Educación, Sr. Presidente de
la Comisión Organizadora de este acto, Sres., miembros de la misma... Rosa...
Juan... Francisco de Asís, Miguel Antonio, Marita, Genara... familiares, compañeros
en la profesión docente, amigos todos...
No quisiera que mis palabras pareciesen rituales,
porque me salen de lo hondo, de lo más profundo. No se hasta qué punto se hace
visible mi emoción. Sí que –ya se ve- estoy del todo y “visiblemente
emocionado” como dirán los cronistas. Es intensa, efectiva, fuerte. Ya lo
comprobáis...
Esto es un auténtico acto de amistad. Infinitas
gracias. diré que esta Cruz de Alfonso X el Sabio y este homenaje no los
merezco. Contestareis que sí, que los merezco. Yo insistiré en réplica y
vosotros, amablemente, en vuestro cariño. Pero no forcejeemos, amigos. Lo
indudable es que esta congregación afectuosa es índice de lo grande de vuestra
generosidad. Si no mereciese esta medalla y mereciese la amistad aquí patente,
ya sería merecer mucho. Pero temo que mi tamaño no alcance el de vuestra
largueza de ánimo. Querido Eduardo Ortega, querido Manuel Fernández Peña,
querido Antonio Parra, querido Manuel Fuentes, querido Antonio Vico, que me
habéis precedido en el uso de la palabra; me miráis –no podéis negarlo- con
lentes de aumento. Recuerdo aquellas láminas que pendían de la clase de
Historia Natural de mi Bachillerato, en las que una mosca, ampliada, al mil por
uno, resultaba casi una ternera o un garduña...Es la amistad quien dilata el
mundo que, a veces, parece tan pequeño.
Buen tema para que me permitáis unas palabras. La
amistad, como sabiduría.
Todos somos limitados. Dígase lo que se quiera, es
pobre la condición humana. Somos “cañas pensantes” –escribía Blas Pascual.
Necesitamos los unos de los otros, indefectiblemente. Por eso, aspiramos a la
cohesión, a la solidaridad. Pero la solidaridad es poco, es remedio parvo,
puesto que sobrepasamos en calidad a los entes físicos. Entonces, necesitamos
algo más y mejor. Tendemos al amor. No me gusta la palabra solidaridad. Me
gusta decir amor... o amistad. La amistad es una forma modesta, pero
eficientísima y básica del amor. La amistad es el encargo explícito de Dios a
los hombres. No creó Dios el mundo por solidaridad, sino por amor... El es
Amor... El amor es ágil y brota y mana, no por razones, sino por efusiones. El
nos quiere sin que sepamos por qué. Tampoco la amistad puramente humana obedece
a razones tangibles, porque entonces sería interesada y casi no sería tal.
Quien ama, ama porque sí. Quien odia, odia porque no. Esta es la diferencia. El
amor dice sí, que me queráis y que me otorguéis estos honores. No hay méritos
míos. No tengo que atormentarme
rebuscándome virtudes dentro. Tendría que esforzarme y tendrían que ser muchas
para ser, así, merecedoras. Para que estuviesen a tono con esto. ¿Por qué este
homenaje? Pues no por mí, sino por vosotros. Porque sí.
Quizás fue San Agustín, o quizás San Buenaventura,
quien dijo que el amor es fuerte de conocimiento. “Primus cognitus”. Cuando
amamos a algo o a alguien es cuando de verdad terminamos de conocer. Así es que
queriendo a las cosas es como las entendemos. También a la inversa:
conociéndolas, las queremos. Querer para saber y saber para querer. Los griegos
concebía a Dios como el ser infinito, inmóvil, radiante, inagotable. Pero un
ser así podía parecer más un astro que otra cosa. Fue precisamente el
Cristianismo quien nos trajo el concepto y la efusión del Dios vivo. Si Dios
está vivo, no puede rehusar el conocerse... y un Dios que se conoce y logra su
imagen es un Dios en el que brota la suprema fuerza del Amor. He ahí la
Trinidad. San Agustín nos ha acercado, nos ha puesto en los umbrales del
Supremo Misterio. Las Tres Divinas Personas – viene a decir- son como tres
aspectos, tres vertientes o tres perspectivas distantes del Único Señor. “Soy
quien sabe y quiere”: ésta es la óptica, la divina perspectiva del Padre... “se
que soy y quiero”: tal es, en el seno de la intimidad de Dios, la perspectiva
del Hijo... “Quiero ser y saber”, he ahí la perspectiva del Espíritu Santo. Por
supuesto, San Agustín no aclara el Misterio –no puede entenderse el Misterio-,
pero nos aproxima su comprensión. Es que Dios es la Historia del Amor. O el Amor
es la historia de Dios. Perdón. Dios no puede tener Historia porque es
Eternidad. No obstante, la dialéctica trinitaria –si cabe hablar así- se
resuelve en el Paráclito: arco voltaico diríamos que del Padre y del hijo
procede. Y, luego, el Amor así producido ilumina e inunde el Espacio y el
Tiempo. Y eso es la Creación... Si Dios hubiese rehusado el conocerse, nada más
hubiesen sido El y la Nada. Algo absurdo. Precisamente, la Trinidad, en lugar
de complicar, hace accesibles las verdades de Dios. Si después el Mundo –creado
en virtud del Amor- se avería y se acería el hombre, inventa el Amor el
remedio. Y... el Verbo se hace carne”. “El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros”. Maravillosa en la introducción de San Juan. (Pío Baroja, hombre no
religioso, confesable sin embargo que no había encontrado en ninguna literatura
de ninguna lengua nada tan bello, tan sublimemente bello, como el prólogo del
Evangelio de San Juan)... No puede, pues, terminar el Amor mientras El siga
conociéndose y queriéndonos. Entramos, irremisiblemente, en el mágico círculo
divino. Perdón por estas expresiones que pueden resultar impropias. Pero las
palabras –todas- son inadecuadas cuando con ellas aspiramos a decir quién es El
y cómo es El...
Lo sé. Es insólito que yo os hable, aquí, de la
Trinidad. En cualquier caso no he hecho sino traducir brevemente a San Agustín.
Esto de interpretar a San Agustín, o a un místico, o a un teólogo, es buenísimo
y útil siempre. Hasta es necesario en estos tiempos –en los que se desmitifica
a los héroes y se intenta –en ocasiones- desdivinizar a Dios. (Claro que es incluso urgente, aquí y
ahora, el saber religioso en su integridad de teología y de amor. No puedo
creer en una fe desmedulada. La religión es árbol flotante en la corriente, si
se le ha separado de sus raíces).
Yo, al hablar del amor como sabiduría tenía que
aludir a la Fuente. Dije: No basta la solidaridad o la cohesión. Lo
imprescindible es la amistad. Eso es ya... cosa de hombres y no de cosas, entes
físicos. Porque el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.
¡Entonces a la tarea!. Gran empresa, la amistad.
Aprendamos a ser y aprendamos a conocer. Y ya, sin otro expediente, surgirá la
amistad, la fraternidad de que todo el mundo está hambriento. Pero cuesta
trabajo. Cuesta trabajo ser, llegar a ser de verdad, con entidad propia, con
persona, con personalidad, y no al revés. Porque la gente suele aspirar a ser
personalidad, antes de cuajar su persona. Es una pretendida “originalidad” que
queda en extravagancia)... Cuesta trabajo, insisto, pasar de vilanos que
arrastra el viento hasta el logro de esa realización radicada, con raíz, a que
somos llamados. Muere mucha gente sin saber quién es y para qué es. Así no es
posible el amor, sino el egoísmo. Lo repetimos todos, en cualquier hora: Nos
dejamos llevar por la corriente. Nos mimetizamos. Nos dejamos arrastrar en
rebaño. Es que no acertamos a plantarnos, en figura y postura propias. Así nos
arrebata y enzarza “el último que llega”...
Cuesta fatiga ser, realizarse en plenitud. Probablemente
porque no acometemos la misión de conocernos. “Conócete” amonestaba Sócrates y
nos fabricamos otra postiza. Vanidad de vanidades. Máscara. Engañamos y nos
engañamos... Y, si no se no nos conocemos, ¿cómo vamos a lograr siquiera un
amor propio sano?... Si no nos conocemos, nos amamos nada más con el egoísmo
que es arma arrojadiza que nos clavamos en el corazón de nuestra ansia de
querer...
Querer, amar, es el secreto. Porque si somos para
conocer, eso es todavía poco si no nos proponemos, al par, a imitación de Dios,
el amor. No basta el “mundo como representación”, que decía Shopenhauer.
Llenándonos de conocimientos e ideas., sabemos pero no somos sabios. Abunda en
la formación educacional esto: muchas ideas, muchos ladrillos, mucha acarreada piedra
de cantería, pero el edificio sin construir. Mucha encomiable ciencia nos
rodea, pero ¿acertamos a instrumentarla? Infinitos datos, pero ¿sabemos
tenerlos? Es que hacemos con la Civilización numeroso e inacabable ruido. Y no
atinamos a afinar los ruidos en música. Analizamos, analizamos, analizamos...
Representamos, representamos, representamos... Pero no queremos. No queremos,
en hondura, nada. Entendemos, derramamos... y derrapamos la inteligencia, el
talento veloz. Pero la inteligencia que admira a colonizar las galaxias no
logra condensar, en síntesis, una cosmovisión, una concepción unitaria del
mundo. Del mundo que, aunque diverso, es Universo... Esto produce neurosis.
Sabemos sin saber ser y sin lograr querer.
No estamos atento al modelo. No intuimos que ser,
saber y querer son cosas formalmente distintas pero esencialmente idénticas e
inseparables. El ateismo es y existe, precisamente por manquedad: por la
manquedad de no saber querer. O por confundir el querer con otras cosas. O por
un querer invertido. El nihilismo es por no saber ser. Nada más el amor –la amistad-
consigue un ser sabiendo y queriendo, un saber ser queriendo y un querer ser
sabiendo. No es trabalenguas. Es, en resumen, decir que nos ponemos de espaldas
al Espíritu nos situamos de espaldas a Dios y luego nos quejamos de que no le
vemos. ¿Cómo vamos a verlo? El no gira alrededor nuestro. No es nuestro
satélite. Si queremos en la noche el sol hay que mirar hacia dónde sale y,
luego, aguardar su levante. La fe es exactamente eso. Es una postura. Un colocarse
para cuando amanezca. También aquí hay una imagen de la Trinidad: fe,
esperanza, caridad. Creer, esperando y amando. Esperar creyendo y amando. Amar
porque esperamos creyendo.
Ojalá, amigos, vosotros y yo, podamos alcanzar, aunque
de lejos, tal Sabiduría. Ojalá, vosotros y yo, pretendamos un saber ordenado,
organizado, peinado. Ojalá, no nos conformemos con contar, porque hay que
“operar” luego con lo contado. Ojalá, al ver, comprometamos la mirada. Porque
tenemos ojos y no vemos. Pero, además, lo que quizás peor, vemos y no miramos.
Ojalá sepamos poner color, calor, dibujo, perspectiva, composición y marco al
cuadro que pintamos. Porque todos “pintamos” algo en la vida. Y “¿usted que
pinta?” solemos preguntar. Ya que hay vidas que no se comprenden, que no se
explican, como Don Quijote no entendían aquellos cuadros de Orbaneja, el pintor de Úbeda, quien tan descaladamente
ejecutaba su obra artística que, cuando pintaba un gallo tenía que poner debajo
“esto es gallo”. Ojalá sepamos que pintamos y para qué pintamos. Precisa hacer
de la vida, de la propia vida, no un chafarrinón, sino un paisaje. Nada más y
nada menos que un paisaje donde el alma pueda respirar. Cada uno tiene que ir
haciéndose su paisaje haciéndose su tienda. Pero una tienda en la que también
quepa Dios.
Ojalá acertemos con una serenidad capaz de todo
esto. El mundo truena. No importa. Seamos un poquito sabio. Pero aun a costa de
nuestras propias ignorancias si fuese preciso. La sabiduría no consiste en
saberlo todo. No es apilar lo mucho que creemos conocer, sino colocar bien,
jerarquizar, lo poco que sabemos. El sabio está en la antípoda del sabihondo.
Yo –y a veces a todos vosotros, a todos ustedes les habrá sucedido igual – me
contristo, me deprimo en los momentos en que me palpo y me toco. Lleno de
piedrecitas de saberes menudos mi pozo. Pero, entonces, desde mi pozo tapado,
digo, no diviso las estrellas. ¡Cuántas veces tendríamos que despejar de
cascote, y de mondaduras, y de escorias, y de gangas, nuestra suficiencia pedante,
para implorar a Dios repitiendo, con Tomás de Kempis, aquellas palabras:
“Siervos inútiles somos”!
El mundo, sí, amenaza con sus ruidos. Estaría, como
oposición una delgada música interior. El mundo aturde con sus ingentes
montañas de orgullos y de ciencia sin asimilar. O amenaza con su baile
tambaleante de oso. ¿Podremos lograr que ya que baila la haga al son de un buen
pandero? Los doctrinarios y materialismos gigantes nos cercan; opongámosles
unas cuantas ideas bien construidas, limpias, cuidadas, pulimentadas. Ideas
capaces de una apertura cuando necesario fuere. Pero nunca sospechamos que
abrir las ideas es lo mismo que rajarlas. Feísimo espectáculo de ideas rajadas
de alto abajo, de ideas que se han hecho el “haraquiri”, de éticas suicidadas,
el que ofrece al momento...
Termino. Esto es un noble espectáculo. Ofrecer y
recibir la Cruz de Alfonso el Sabio que se me concede a propuesta del Delegado
Provincial de E y C y por petición del Cuerpo de Inspectores y por el cariño de
todos vosotros, nos compromete. A ustedes y a mí. Nos compromete a hacer de
esta amistad común una sabiduría. Porque si el mundo sigue adelante, ha de
hacerlo por amistad. Y sin ella, todos los sabios sobran. Pero ser sabio es
entender que cada uno está obligado a justificar su existencia y hacer todo lo
posible para justificarle con amor. Así, sí se puede y se debe ser un poquito
sabio. Y si así no, ¿qué es lo que pinta
un sabio?
Tras
este discurso de máxima elocuencia, dejando enmudecido y alucinado al público
que desbordada el recinto, le fue impuesta la medalla por su hijo mayor, Juan.
Estamos ya en el año de 1978, en este año las calles de nuestra ciudad, que
tanto amó Pasquau, servirán de escenas para el rodaje de diversos capítulos de
series que hicieron historia en la Televisión Española como fueron “Curro
Jiménez” o “El Pícaro”, e incluso el séptimo arte se fija en nuestros
monumentos para rodar varias escenas de la película dedicada a San Juan de
Dios.
En este
año, la cofradía de Jesús Nazareno edita el libro:
Jesús Nazareno, Historia y presencia.
Conmemoración del IV Centenario de la muy antigua e ilustre Cofradía de Ntro.
Padre Jesús Nazareno. 1577 – 1977.
Obra
impresa en Grafitálica, Sevilla. Consta de 104 páginas con las colaboraciones de
Juan Pasquau Guerrero, Jerónimo Garvín Ojeda, A. Carlos Martínez de las Peñas,
Antonio y José Vico Hidalgo.
De igual
forma en el presente año, el CIT., publica la segunda edición de la obra de
Pasquau, Reseña
de Úbeda.
Además el
Instituto de Estudios Giennenses acuerda editar, dentro de la colección Libros de Jaén, una obra con los mejores
artículos de Juan Pasquau. La obra aparece en 1980 con el título genérico de Temas
de Jaén. Impreso en Imprenta Calatrava de Salamanca. De 300 páginas,
formado por conjuntos de artículos de Juan Pasquau, recogidos por José Chamorro
Lozano, quien firma el prólogo “El hombre encontrado” (pp. 7 – 9). En todos los
artículos se indica la publicación en que aparecieron.
En 1987
dentro de la colección de “Los libros de Doña Berta”, núm. 8, se publica el
libro: A la
busca del hombre perdido. Impreso
por Prensa y Ediciones Iberoamericanas de Madrid. De 217 páginas, recoge los 66
artículos periodísticos, publicados en ABC, Ideal y Jaén, y el texto de una
conferencia. La presentación del libro
(pp. 5 –9) es de Miguel Pasquau Liaño.
Y en 1988
dentro de la misma colección núm. 15, e impresa por la misma editorial, se
publica el libro. Tiempo Ganado. El prólogo es de Juan Pasquau Liaño (pp. 5 – 6). De
192 páginas recoge 60 artículos más publicados en ABC, Jaén e Ideal y en la
revista Así.
El Jueves
siguiente al Jueves Santo de 1978, Juan Pasquau, sintiéndose mal, sin poder
hablar y muy grave por su enfermedad que le acompaña desde el mes de Septiembre
de 1970, es trasladado en ambulancia acompañado de su esposa Rosa Liaño y de su
amigo y compañero Eusebio Campos, a la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Allí
escribe su famoso artículo Todavía Corpus para el diario <Jaén>. En Úbeda, apenas pasadas las fiestas de
Semana Santa, Don Manuel Fernández Peña presenta su dimisión como Alcalde de la
Ciudad tras estar ocho años en el cargo. Tras la dimisión de este, tomó las
nuevas riendas a la Alcaldía de la ciudad, Francisco Almagro Ruiz. Esta última
corporación municipal del período franquista estaba formada por los siguientes
señores: Tenientes Alcalde: Antonio Cuenca Villacañas, Emilio Sánchez
Fernández, Antonio Viedma Hurtado, Dolores Chicharro López. Concejales: Rafael
Fuentes Garayalde, Felipe Villalba Jaén, Juan Barrionuevo Manchón, Julio Carlos
de la Rosa Quirós, Felix Arce Alises, Manuel Expósito Campos, Joaquín López
Sáez y Gerardo Ruiz del Moral Fuentes.
Juan
Pasquau, escribe cartas desde Madrid a sus más preciados amigos.
Le
exponemos ahora, la última carta que Juan Pasquau, le escribió antes de morir,
a su exalumno, compañero en las tareas docentes y amigo D. Eusebio Campos
Jimeno.
Eran
muchas las cartas que Pasquau le escribía a Eusebio, en tiempos de vacaciones,
preocupándose de las tareas que se realizaban durante esos días, en su colegio
“General Franco”, ya que Juan, como ya explique
antes, era el director.
D.
Eusebio Campos Jimeno
, y compañeros
amigos entrañables
todos del
Colegio “General Franco” Úbeda.
3 de Mayo de
1978.
Más
de un mes ya aquí, con un bazo de menos (el único que tenía) y con unos miles
de plaquetas y hematíes más, en un atardecer cárdeno, algo lluvioso, desde el
ventanal de mi habitación veo recién lavado un precioso chopo castellano en el
que, en este momento, encarno la calidad de la mejor melancolía.... La
enfermedad ahonda en la dimensión humana y, de pronto, nos hace experimentar
sensaciones y sentimientos –e incluso ideas que brillan con luz propia y que ya
no son ideas-acompañamiento, ni ideas inducidas, ni ideas tópico, ni ideas
recurso, ni ideas para el comercio común, es decir para salir del paso.
Bien; estar enfermo puede
ser también una bendición de Dios si El nos la acompaña con la capacidad de
receptidad suficiente; aunque, luego, también, a lo largo del día, vuelva la
mala costumbre de quejarnos no ya tan sólo del dolor (que ello es natural)
sino/ de mil cosas que, bien aceptadas, serían suficientes para empapar y
eliminar los peores jugos del dolor.
Cuando por la mañana me
traen la Comunión a la habitación, pienso qué mal hemos aprendido a vivir y
cómo la frivolidad llama “Savoir vivre” nada menos que a dilapidar la
existencia en bagate las marisco...
Pero no os escribo en plan
de hombre ejemplar, ni de consejero, ni de hombre bueno, ni de nada así, ¿Por
qué? Naturalmente lo que deseo es mejorar, salir de ésta, volver a todo, regresar/
al menos a una relativa plenitud. Ello no obsta, sin embargo, para que la
enfermedad nos haga enteramente conscientes de una visión/ del mundo, de una
cosmovisión, de una especie de concepción unitaria de la existencia... una
manera de aprender bien que cada cosa tiene su sitio y que, indudablemente hay
cuestiones mucho más importantes y decisivas que otras. Y que renunciar a
establecer una auténtica jerarquía de valores es el principio de la abdicación/
del hombre.
No sé, querido Eusebio, y
queridos todos, si todos estamos/ siendo tentados, bajo pretexto de humanismos
falsos (de humanismos sin médula) a la abdicación.
-Uno de los motivos de esta
carta es que roguéis a todos a Dios por mí, por mi enfermedad, ya que, casi
siempre, hay un motivo egoísta en todas las cartas.
Otro motivo es que
transmitáis a los alumnos la misma petición. Como todos sabéis, una de las
preocupaciones máximas mías/ en la dirección del Centro Escolar ha sido y es la
de la potenciaciación de la vida religiosa (cristiano-católica) de nuestros
alumnos, preocupación que estimo compartís. Siento pena no poder dar/ mis
charlas de Religión y mis clase en esta segunda etapa. Espero que estas
ausencias mías se suplirán de la mejor manera posible y procurando dar a esas
clases y actuaciones, que no puedo cumplir, mi manera de interpretar la
Religión que no es otra que la que la Iglesia institucional propone. No veo muy
halagüeño el porvenir de la educación religiosa en los centros de EGB.. No
puedo/ unirme, ni sabría hacerlo, a ningún coro político. Pero sería poco
honesto conmigo mismo si ahora, que por motivos de enfermedad tengo que estar
alejado del colegio, me desentendiera en absoluto de todas sus cosas- De sobra
sé, queridos amigos, y pido que esta carta la leáis todos, y que innumerables
casos saldrán incluso mejor/ que nunca y
que el afán de todos en la superación del trabajo propio es indudable. Así es
que no incido en recomendaciones, consejos, etc., que de otra parte, lejos del
trabajo y lejos de vosotros, serían hasta ridículos, máxime desconociendo su
índole. Vuestro excelente sentido y criterio es lo importante. Así es que
quiero terminar esta carta, cuando ya, el crepúsculo cierra sus valvas y
desaparece ante mi vista la visión del álamo recién lavado de lluvia....
Está aquí la noche. Estoy
contento; tengo a Rosa cerca de mí, no tengo ninguna clase de dolor físico;
tengo otros temores, tengo otras finas tristezas que la mano prodigiosa del Señor
sabe convertir en espacios para el espíritu, tengo esperanzas, tengo ilusiones,
tengo momentos de depresión. No me falta nada. Al fin y al cabo, / a todo el
mundo le pasa igual. Al fin y al cabo a nadie le falta nada. Porque El es así
de providente.
Y os decía que termino ya
esta carta que considerada obligado escribir ya que tanta común ocupación y
tanto afecto nos une.
No puedo anticipar nada con
serio fundamento respecto al tiempo que me quede por estar aquí, ni respecto al
curso de la enfermedad. Ya sabéis el estado lamentable en que llegué a “Puerta
de Hierro”. Sé que estoy en manos de un equipo médico excelente y, sobre/ todo
en manos del Señor.
Mis tres hijos han venido a
verme desde Granada, en la semana de la operación y esta en sí misma resultó
satisfactoria.
¿Qué más? Pues un recuerdo
especial para vuestros familiares, para los amigos y compañeros de profesión de
Úbeda. Y para nuestros alumnos. A todos. –A todos quisiera nombrar por su
nombre y enviarles un especialísimo abrazo.
Que para todos vosotros
llegue con la misma frescura y calidad entrañable con la que os lo envía.
Juan.
Allá por el 7 de Octubre de 1963, Antonio del Castillo Vico fue designado por el
Archivero Bibliotecario Juan Pasquau, como auxiliar suyo en la Biblioteca
Pública Municipal, situada, por aquel entonces, en el patio renacentista del
Palacio de las Cadenas. Fueron quince años de amistad, de unión, de risas,
también de lágrimas, de conversaciones, de anécdotas, de amor paterno filial.
Fueron muchas las cartas y postales de humor y
amistad, que Pasquau le enviaba desde las campiñas gallegas a Castillo Vico. La
última, muy enfermo Pasquau, le llegó a Vico, en el mes de Mayo de 1978.
Aquí le
mostramos una carta escrita por su amigo Antonio del Castillo Vico[7]
a D. Juan Pasquau.
Úbeda, 28 de Abril de 1978.
Querido don Juan:
Esta noche del ya casi
finalizado mes de Abril me he quedado solo en la Biblioteca. Está lloviendo y
mientras cesa o no el golpeteo del agua en los canalones del patio renacentista
me dispongo a continuar la “Memoria” que, anualmente, vengo realizando y que
usted tanto me ha celebrado, sin mérito alguno.
Hay un silencio musical en
estos instantes. ¡Qué bonito es el silencio de la lluvia! Ya se marcharon los
lectores y los chiquillos revoltosos. Ahora hay una paz y un sosiego impresionantes.
Estoy solo Don Juan. Me gusta estar solo. Me encanta la soledad. Me agrada
saborearla. Allá en el fondo diviso un paraguas olvidado. La lluvia sigue
acompasada. En la mesa tengo algunas revistas de actualidad. Voy a continuar
con la “Memoria”, pero la mía, mi memoria, se está escapando de las cifras y de
los datos, está comenzando a recordar, a ver escenas pasadas y recientes, está
invadida por la nostalgia y por la remembranza.
Todas las noches recuerdo a
Don Juan Pasquau, pero en ésta hay un algo especial, un halo misterioso que me
hace verle más de cerca. Presiento que, de un momento a otro, va usted a asomar
por la puerta exclamando: ¡vaya hombre, ya me he dejado el paraguas! Efectivamente,
el mismo que observo allá al final, junto a la estantería. Le doy su paraguas.
Usted se ríe. Con esa risa espléndida y contagiosa. Parece que se va a marchar,
pero no; se queda. Con el rabillo del ojo vio la última revista de Blanco y
Negro, de La Gaceta... de otras más. Se sienta, al mismo tiempo que busca sus
gafas por todos los bolsillos. Por fin saca las gafas y a renglón seguido del
bolígrafo. Las gafas sí, pero... ¡y el bolígrafo! Sus cosas Don Juan. Yo le
observo mientras hojea las revistas. De vez en cuando charlamos, comentamos los
temas alucinantes de la actualidad. Empieza usted a hablarme de la republica.
Me está usted hablando a gusto, sin fingimientos, porque tiene un interlocutor
que le sabe escuchar. Me gusta oírle. Me halaga ver su mirada por encima de las
gafas. Tiene usted el pelo mojada. La corbata un poco torcida. Con el bolígrafo
ha comenzado a garabatear en el artículo que tiene delante de sus ojos. Bueno,
ya me marcho –exclama de repente- parece que llueve menos. Quiero oír las
noticias. Las noticias hace ya tiempo que comenzaron, pero usted, Don Juan,
quiere oírlas, aunque siga lloviendo lo mismo que al principio y aunque estas
noticias de su interés se hallen a punto de finalizar. ¡¡ Don Juan, que se deja
el paraguas!! Otra risa, carcajada esta vez. Don Juan se marcha, caminando deprisa,
pensando en miles de cosas. Le ha quedado un regusto agradable después de ese
“ratejo”que ha pasado en la Biblioteca. Ya no se acuerda de las noticias, ni de
la lluvia, ni del paraguas.
Estoy recordando la Semana
Santa, tan reciente y al propio tiempo tan lejana. Ha sido una Semana Santa
espléndida, magnífica, llena de un gran fervor popular, como siempre. Más que
siempre. Pero, creo, que ha faltado en ella un detalle peculiar y
significativo, que, año tras año, ha ido grabándose en mi retina semana-santera.
Sí, el penitente morado que encabezaba el “guión de El Paso” con su pendón
cofradiero. Todos los años, por el paseo del Mercado, por la calle Nueva y por
el Rastro, yo veía ese pendón, portad a la cintura por mi querido Don Juan. Le
saludaba en silencio. Me correspondía con cariño y con afecto, mientras el
mástil del distinto morado, bandeándose, acariciaba el capirucho de su
penitente. Son momentos emotivos. Momentos que saturan el corazón de un aroma
especial, de un aroma de Semana Santa, impregnados por la dulzura del amor, la
sutileza de la paz del alma, del cariño, de la amistad.
Este año, el capitán de la
grey morada, no me pudo saludar. Se encontraba cansado, débil. Después del
desfile procesional, dióme la sensación de que algo, muy valioso, se había
perdido en la bella mañana del Viernes Santo.
Mi memoria se detiene,
ahora, en esa revista del momento actual, la que ha surgido dentro de ese fango
que nos envuelve, pero que aún nos va permitiendo respirar a todos aquellos en
los que permanecen los “posos” de nuestra siempre querida y venerada tradición
familiar.
Ese artículo tan oscuro y
tan sórdido tuvo su valiente réplica, de la pluma débil y cansada, pero segura,
de la diestra mano del hombre recio, ahora abatido por la enfermedad. Este
hombre, que sacó fuerzas de donde pocos quedaban y valientemente salió al paso
de la literatura que en vez de “progue”
habría de llamarla pobre. Literatura oportunista, retorcida y chabacana. Una
mano débil, pero que sabe hacerse firme cuando la ocasión así lo demanda
Ahora sí don Juan. Ahora ya
ha dejado de llover. Es tarde. Me voy a marchar. Usted en un Sanatorio, ha
dejado una víscera de su cuerpo que le estorbaba. Hoy he tratado de interesarme
por su salud. No he podido. El teléfono comunica. Es difícil hablar. Lo he
dejado. Mas yo sigo pensando, recordando...
Desde aquí. Desde esta su
Biblioteca querida. Desde estos libros que me rodean, callados... silenciosos
en sus anaqueles. Desde esta soledad, desde este silencio... yo le pido a Dios.
Yo rezo por usted. Para que pronto, muy pronto, pueda verle entrar de nuevo por
esa puerta.
Voy apagando las luces; de
las mesas, de los braseros, de los interruptores. He cerrado la vetusta puerta.
Todo ha quedado inmerso en una profunda quietud, en una intensa oscuridad.
Levanto mis ojos al Cielo. Un pequeño resplandor hace dilatar mis pupilas.
Hacia ese astibo de Luz me agarro con prontitud. Mis labios comienzan a musitar
una oración. ¡Su mano Don Juan! Estoy pidiendo al Señor, por esa mano... Para
que durante muchos años pueda sostener el pendón morado del Nazareno. Para que
durante muchos años pueda sostener el peso frágil de su pluma, con acierto,
belleza y gallardía.
Una tenue lluvia ha
comenzado a caer despacio. Por la Plaza de los Caídos las luces violetas de los
faroles destellan suavemente en la quietud de la noche.
Todo está callado. Seguro,
seguro que mi oración ha llegado a las alturas. Silenciosamente me voy
alejando.
Llueve, Don Juan, llueve. Me
hubiese gustado pasear a su lado en esta noche del mes de Abril ¡Otra vez será!
¡Ya verá usted como sí![8]
Esta fue
la repuesta de Don Juan Pasquau a Don Antonio del Castillo Vico[9].
Madrid, 6 de Mayo de 1978.
Mi queridísimo Antonio Castillo Vico. Y eres hombre
con dos apellidos, quiero decir que te separas de lo común y que la carta tuya
recibida con motivo de mi enfermedad es, sin duda, una de las más bellas, de
las más sinceras, de las más sentidas, de las de más fina sensibilidad y pureza
literaria recibidas por mí. No sabes nada, querido Antonio, cómo de verdad, de
todo corazón, te lo agradezco. Y cómo, una vez más, y ésta de manera excelsa,
me demuestras un cariño que no me merezco, y pones en tus palabras tal emoción,
tal hondura de ánimo, tal fuerza de expresión, que tengo que confesarte que las
lágrimas me brotaron en los ojos al leerte.
Son lágrimas que nos lavan, que nos purifican.
Puedes suponer, mi querido Antonio, que en este tiempo de enfermedad en que se
alternan momentos de depresión con rayos de esperanza, es mi confianza en Dios
y mi abandono en su providencia un gran consuelo en el que me están ayudando
todos los buenos amigos con vuestras oraciones, cartas, llamadas telefónicas
,etc... Y naturalmente, el saberse así querido emociona hasta el punto en que
ya existe la seguridad de que en este tiempo y en este mundo tan denigrador
abunda también lo bueno y lo noble.
Y bueno, noble, sabio, impregnado de decantadísimas
calidades de espíritu eres tú. Me evocas en la biblioteca, recuerdas mis
despistes; me imaginas en esa noche de
lluvia en que escribes tu carta; y tu óptica cariñosa para mí, ve buenas
cualidades en mis mismos defectos. Y, además, con tal galanura de palabras y
conceptos adobas tu carta, que –sin exageración- su contenido pudiera haberlo
firmado un “Azorin”. Así se comporta tu carta, en lo pulido del detalle, en el
ahilamiento delgadísimo de tus ideas. Antoñito: que dios pague tu carta.
Por lo demás, mi enfermedad sigue su evolución y
hasta ahora no es desfavorable. Ensayan procedimientos para aumentarme las
plaquetas y hasta ahora lo consiguen aunque lentamente. Quizás la extirpación
del bazo tenga eficacia pues en esta víscera –que a mi edad no ejerce, según
parece, funciones importantes- se gestan anticuerpos que destruyen hematíes y,
sobre todo, plaquetas.
Sabrías –te dirían- que el jueves que siguió al
Jueves Santo salí de Úbeda hacia aquí con afasia. Sin saber hablar ni escribir.
El habla la recobré tan pronto llegué a la Clínica. Ahora me distraigo mucho
leyendo y ya ves que, por lo menos, sé escribir a los buenos amigos como tú..
Respecto hasta cuándo y cómo va a durar esto, es
imprevisible y nada más veo que en la Clínica tratan el caso con un interés
grande y el equipo médico es excelente.
Querido Antonio, la enfermedad nos ahonda en la
dimensión espiritual y, sin duda, acarrea también beneficios que nos acercan a
Él. Cada día me traen la Comunión a mi habitación. Éstos y el hecho de que
tenga a mi rosa cerca de mí y pendiente de mí, constituyen mis mejores
consuelos. Por lo demás ya te digo que me distraigo leyendo mucho e incluso que
no hay tiempo para aburrirse. Y, a veces, todo es cuestión de adaptarse.
El hecho de la extirpación del bazo no fue una
intervención quirúrgica muy complicada; pero tampoco fue algo facilito. Como
consecuencia tengo un aflojamiento de músculos que se junta a que produce el
tratamiento de predisona –a dosis masivas- al que estoy sometido.
Escribí el otro día
otra carta a tu tío Antonio Vico, que me escribió también una carta
memorable. Da cariñosos recuerdos a tu madre y los tuyos. Ya sabéis cuanto os
quiero y qué lugar tan grande ocupáis de siempre, en mis afectos y preferencias
pues, realmente, y siempre lo demostráis, sois familia mía.
Un fortísimo abrazo extensivo a Máximo Ayuso, que
sabe él también cuánto lo quiero. Muchos abrazos también de Rosa, y también
para Rosarito y tus hijos.
Y, por supuesto, abrazos a todos los amigos del
Ayuntamiento.
Más
abrazos de Juan
De igual forma, en la capital de España, en el
lecho de padecimiento, escribe su último artículo: Anima y ánimo, el cual he
querido traer a estas páginas, fue publicado en diario <Jaén> el 28 de
mayo.
Es curioso que uno de los
mayores estorbos para ver bien al mundo, la vida, las cosas, nos lo <<organicemos>>
nosotros mismos. Sería más diáfana, más veraz, más profundidad y más objetividad
un pensamiento o juicios surgidos como
efecto de esa mirada, si esta máquina de egoísmo que más o menos somos todos no
triturara o al menos deteriorara con su prisa el despliegue sereno de las
realidades.
Pero la realidad es entidad
que funciona por sí misma, según sus postulados, y nosotros empleamos una gran
parte del tiempo, actividad y de ansia, en que la realidad se alinee a favor
nuestro. No es posible. Y sin embargo cada mañana nacemos con la ilusión. Sin
que importen chicos o grandes desengaños. ¡Ah! Es que la vida puede ser un
juego y precisamente de equivocaciones como presentía Shakespeare. ¿Nos
equivocamos con la alegría que brotan como un manantial inesperado en los
recovecos del suceso jocundo que aparece juguetón, como aquel arroyuelo que
<<estropezaba>> en los diálogos vernales de la huerta de Fray Luis
de León? ¿Nos equivocamos, también, con el dolor que súbito, en la encrucijada,
nos acongoja amenazándonos cerco sin remedio? ¿Resulta luego, en cambio, que
los gustos cuyo zumo nos embiragaba en promesas, se hace hiel? Y la tristeza, cuyo cáliz
presentíamos no poder pasar, ¿cómo transmuta inesperadamente sus sabores y se
tornan júbilos los desalientos? Querríamos la clave de nuestra felicidad nada
menos –y para ello la máquina egoísta trabaja sin tregua- ¿y qué conseguimos?
Hay un lema cesáreo, ambicioso: <<O todo o nada>>. Pero no es así,
no podemos proceder por exclusiones. Lo humano, lo ajustado a la realidad,
sería aspirar así: De todo un poco. En todo hay verdad. Ni el placer ni el
dolor – al fin <<accidentes>>- nos definen. Por eso decía, al
empezar este trabajo, que es cada hombre quien a sí se estorba cuando se organiza
su programación vital en el vacío. En el vacío; quiero decir cuando
utópicamente piensa que al interés propio puede someterse la constelación compleja del mundo.
Las equivocaciones
entreveradas con los aciertos constituyen precisamente al mundo com confusión.
Porque no es confusión, es claridad, el cosmos creado por Dios. Pero el
mundo-mundo (lo que señala el catecismo como enemigo del hombre) es como una
agregaduría de factores dispares, de ideas, de sentimientos, de sensaciones y
sobre todo de cosas que, dispares, desconciertan.
¡Qué misterio! El hombre
concierto (alma, cuerpo, espíritu) está llamado, diríamos, a ejecutar su
tocata, a pulsar su arpa. Finísima misión. Difícil. Dificilísima. Porque casi
sin fallar aparece luego el ruido.
Música, ruido; verdad,
error; júbilo, tristeza. Todo viene. Pero no elegimos nosotros el momento de
cada estado de ánimo. Nos eligen a nosotros los estados de ánimo.
Distinguían los clásicos
entre ánimo y ánima. ¿Qué es, que está más dentro de nosotros, el ánimo o el
ánima? Alude el ánimo, más bien al espíritu -<<vir>> de las cosas-,
al espíritu intuitivo y discursivo, perceptivo y lógico. El ánima, menos
dinámica y dialéctica, subyace permanencias y asume fervores[10].
[1] Juan Pasquau. Las Bellas Artes a la
busca del hombre perdido. Conferencia pronunciada por... con motivo de la
apertura del curso 1973 –1974. Impresa por Gráficas Bellón, en 1974, consta de
12 páginas.
[2] Juan Pasquau. Revista Vbeda, núm. 51 Marzo 1954, pp.15-
19.
[3] Juan Pasquau. Revista Vbeda, núm. 27, 1952, pp. 23 – 26.
[4] Juan Pasquau. Revista Vbeda, núm. 94, 1958, pp. 14 – 18.
[5] Juan Pasquau. Revista Vbeda, núm. 128, p. 13.
[6] Muy gran amigo de Juan Pasquau.
[7] Revista Ibiut. Año XV; núm. 84.- 1996
[8] Antonio del Castillo Vico. Funcionario y Poeta.
[9] Revista Ibiut. Año XV; núm. 85.- 1996
[10] Juan Pasquau. Tiempo Ganado. <Anima y ánimo> pp. 37
– 38.
Juan Pasquau era amigo de mi padre y amigo mío. Era respetado, y mucho. Soneto a Juan Pasquau, del Humanista Antonio Martínez de Ubeda
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