Un
pueblo es algo más que un conjunto más o menos agrupado de gentes que habitan
un espacio común. Un pueblo es una memoria compartida, un testimonio fecundo de
experiencias y anhelos, algo así como un espíritu escondido pero siempre
presente que anima las vidas de los que hacen el día a día identificándose como
miembros de la comunidad.
Úbeda, qué duda cabe, es un
pueblo. Y un pueblo orgulloso de serlo, un pueblo donde su espíritu de
comunidad está tan presente, tanto, que a veces (sólo a veces) puede asfixiar.
Porque un pueblo no es sólo la herencia que lo pasado deja en las vidas sino la
esperanza que la ilusión proyecta para el mañana. Úbeda es un pueblo que sabe
pasearse, en las tardes viejas de lluvia, por su pasado pero que necesita
abrirse más, mucho más, hacia la esperanza del futuro.
Juan Pasquau, D. Juan Pasquau,
fue durante muchos años cronista fiel, testigo ejemplar de la vida fecunda de
ese pueblo suyo que es el nuestro. Juan Pasquau ayudó a crear conciencia de
pueblo, hizo que Úbeda pudiera conocerse mejor a través de sus letras, y tal
vez nadie como él haya conocido la realidad más íntima de su pueblo. Juan
Pasquau sabía que Úbeda no era sólo sus piedras, los tejados de sus casas
vistos desde el Cerro de la Atalaya: Úbeda era el miedo y el sueño de sus
gentes, la alegría y el afán de cada día, el futuro escrito en cada gesto, el
pasado escondido en cada gota de sangre, el porvenir de cada niño que nace. Y
Juan Pasquau supo ser testigo fiel, y amante, de esa realidad que un pueblo, el
pueblo ubetense, esconde debajo de su piel y que saca a relucir emocionado en
la madrugada del Viernes Santo, que tanto significó para el gran hombre
ubetense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario